martes, 5 de agosto de 2008

"Por la gloriosa madre tierra"

La oscuridad era solemne y silenciosa salvo por el regular chapoteo de las gotas de lluvia sobre el embarrado suelo. Filas y filas de criaturas del bosque estaban en formación delante de este. La lluvia caía sobre sus cabezas empapándolos por completo, pero a pesar de eso no pestañeaban, no quitaban la furibunda mirada de las hordas de enemigos que se les venían encima. Pero no tenían miedo, tenían sed de venganza. Esos malditos mal-nacidos habían talado bosques enteros, asesinado a las criaturas de los bosques de las maneras más ruines de todas. El final de esta tortura estaba a punto de terminar en esta batalla. Para bien o para mal.
Un semielfo a lomos de un acorazado oso, luciendo una brillante armadura encantada se adelantó del bando de los defensores del bosque y dirigió una mirada a ellos por encima del hombro. Centauros, minotauros, dríades, ents, sátiros y muchas otras criaturas estaban formando filas detrás de el.
- ¡Hermanos! – Rompió el silencio el semielfo a la vez que un rayo partía la oscuridad del cielo iluminando sus caras con un breve resplandor – ¡Ahí delante los tenemos! ¡A esos malditos asesinos que han matado a nuestros compañeros, nuestros amigos, nuestras familias! – Gritó haciéndose oír - ¡Ahí los tenemos aún con sus espadas calientes de la sangre de nuestros hermanos! – Hizo una breve pausa respirando fuerte - ¡Pero esta vez, no serán sus espadas las que acaben manchadas de rojo! ¡No caerá ningún hijo del bosque esta noche! ¡Hoy daremos la cara por nuestros antepasados, y por nuestros hijos! ¡Honor! – Finalizó alzando el puño.
-¡Honor! – Gritaron las hordas de hijos del bosque.
-¡Honor! – Repitió el semielfo con mas fuerza aún.
- ¡Honor! – Un grito prolongado ahogado por otro relámpago que calló entre ambos bandos encogiendo los corazones de sus enemigos.
- ¡Por el poderoso Zabo y por la gloriosa madre tierra! – Gritó de nuevo el semielfo obligando al oso a ponerse sobre las patas traseras y a rugir con fuerza, para continuar el rugido de guerra a la carga contra los enemigos. Rugido de carga que fue repetido por todos los seres del bosque, los cuales se echaban encima de las hordas enemigas con sus armas desenvainadas y sus ojos reflejando la ira de la naturaleza.
Las tropas enemigas también se pusieron a la carga, pero no tan frenéticamente como las del bosque, sus corazones comenzaban a encogerse de pavor al contemplar tan brutal carga.

El choque fue brutal, filas de centauros armados con lanzas con el semielfo a la cabeza habían abierto una brecha en la primera unidad enemiga, dejando muerte y destrucción a su paso. El joven mestizo se concentró para sentir donde estaba su verdadero enemigo hasta que al final lo localizó, con un brillo de entusiasmo en sus marrones ojos espoleó al enorme oso negro para que avanzara atravesando la segunda unidad enemiga seguida de los centauros supervivientes a la primera carga. La segunda carga fue aún más brutal. No se trataba de lanceros preparados para recibirla como la primera, sino de espadachines que no podían hacer nada ante el filo del mestizo y el de los poderosos hombres caballo que le seguían.
- Ya puedo verte mal-nacido – Susurró el semielfo apretando los dientes.
En poco tiempo habían acabado con la segunda unidad que caía al paso del poderoso oso y el mortal galope de los centauros enarbolando sus espadas ahora. Solo quedaban siete centauros en pie siguiendo al oso. Pero la siguiente unidad tendría alrededor de dieciséis guardias alrededor de un enorme trono portátil de piedra, donde estaba sentado el druida oscuro que tanto tiempo había estado buscando el mestizo.
No dudó, cargó a toda prisa con su oso enrabietado por la sangre hacia la tercera unidad. El oso consiguió destrozas a los tres primeros soldados y los centauros llegaron un par de segundos después. El semielfo se puso en pié encima del oso y saltó enarbolando su increíble espadón. Atravesando el cuerpo del frágil druida oscuro de un solo golpe, manchando de oscura sangre las manos del mestizo y la larga hoja de su espada.
- Esto, es por mi padre maldito asesino.
Una carcajada agonizante y siseante sacudió al druida mientras un hilillo de sangre salía de los labios del humano.
- Yo no mate a tu padre Astaroth, yo soy tu padre… - La vida del druida oscuro acabó en ese instante, con la mirada perdida en algún punto del cielo que no dejaba de llorar por sus hijos caídos.